domingo, 28 de octubre de 2012

De viaje con alguien racista ¡Qué guay!

Acabo de volver de Milán. Y estoy cansada, así que me he decidido a narrar algo sobre mi viaje. Podría contar cómo veo a Milán en estos momentos, y compararla con la ciudad que recuerdo de hace 20 años, o narrar compras, o visitas a museos... Pero prefiero centrarme en un aspecto nuevo descubierto recientemente: ¿qué pasa cuando te vas de viaje con alguien aquejado de un racismo leve?
No es coña, no. Esto va en serio. Cuando digo racismo, que nadie se imagine a un nazi con una esvástica colgada del cuello. Hablo de alguien normal, como yo misma podría ser. Creo que incluso antes era así, allá con 16 años, pero tanto viaje y tanta maravillosa gente te curan de estos males. Eso, y una actitud que siempre me ha definido: amor y confianza en el prójimo. Yo hablo hasta con las farolas fundidas, y nunca me ha ido mal. Hombre, me habrán timado alguna que otra vez, inevitable. Pero mi constancia del timo es pequeña. Es decir, recuerdo haber comprado algunas mierdas en EE.UU. deslumbrada por la tienda, y en África, y en cualquier parte. Pero recuerdo siempre la amabilidad de cualquier sevillano que me hacía de cicerone, los hindús cachondos que me invitaban a ron, y la hospitalidad americana, impagable y sin igual. Y la simpatía de África, donde da igual quien seas, siempre hay una sonrisa y un apoyo para lo que necesites.
Bien, esa es mi naturaleza, pero... ¿qué pasa cuando viajas con alguien cargado de prejuicios racistas? Prejuicios que no son graves como digo. Se limitan a señalar cuestiones que muchos dan por hechas, y que, después de dos años trabajando en seguridad conozco muy bien, porque en un negocio (en mi caso en varios, muchos outlets) se cumplen. Lo cual no quiere decir que siempre se cumplan en cualquier circunstancia. Es más bien una cuestión de lugar. 
Bien, todos sabemos lo que son los prejuicios, y lo que se dice sobre negros, moros, y demás personas...
Viajamos a Milán con alguien que sigue los prejuicios a pies juntillas. El primer prejuicio: cuidado con los italianos, que roban. Recomendación de la persona: lleva maleta dura, y ciérrala con llave, que te van a robar.
¿Qué me van a robar? ¿Los salvaslips? Porque de los artículos que llevaba era lo más caro. Tres bragas de baratillo, un pantalón negro de vestir que lleva conmigo unos 6 años (bien conservado, sí, pero se ve que es viejo) y dos camisetas de las de a seis euros la docena. O me roban el desodorante, o los salvaslips. Hombre, llevaba los cables de la cámara de fotos y del ipad. Tal vez eso, pero vamos... puesta a elegir, me quedo con los salvaslips y el desodorante.
Mi maleta llega perfecta, sin arañazo ninguno. La maleta rígida de mi acompañante, hecha unos zorros. 
La siguiente: cuidado cuando salgamos a la calle, que hay que vigilar todo: especialmente a los negros, que vienen a robar. Realidad: los negros eran todos los encargados de seguridad de todas las tiendas. A mí me inspiraban más desconfianza algunos italianos de sonrisa engatusadoramente taimada, pero como en estos sitios tengo por costumbre llevar el bolso por debajo del abrigo, o me desnudan, o simplemente es imposible robarme nada. Me consta que había robos, y en el metro había que andar con mil ojos, pero con cualquiera que se te acercase en hora punta.
Pero la auténtica diversión vino en el tranvía. Porque, seamos serios. No soy Heidi, y mi acompañante tampoco lo es. Sabes hasta dónde se puede confiar uno en esta vida, y la diversión no viene tanto por los peligros que acechan, que todos sabemos cómo combatirlos, sino por los prejuicios idiotas. Montemos en un tranvía con alguien cargado de prejuicios en Italia.
Los boletos de que se te siente alguien al lado de aspecto cetrino son altos. Sicilia es parte de Italia, y de la misma forma que yo no me extraño de ver gitanos y andaluces morenos en mi ciudad, a ellos tampoco les extraña un siciliano. Y, impepinablemente se van a sentar al lado de la persona con prejuicios, porque si se sientan a mi lado, ni me entero. Cuando se bajan, comentario: olían a humo, qué asco, seguro que eran gitanorros, espero que no me hayan pegado nada de bichos, encima con la de gente que iba en el vagón, teníamos que ir pierna con pierna, y daban calor... La sonrisa es inevitable.
Siguiente viaje, y siguiente prejuicio. ¿Alguien ha oído esto de que los italianos son guapos y siempre visten y huelen a perfume caro? Tengo sonrisa de gato de Chesire. Es una idea bastante correcta... pero no infalible. Al lado de la persona con prejuicios se va a sentar, indefectiblemente el único italiano cutre, fumando en pipa y hablando solo. Mr. Pepino, cabeza igualica a un pepino, calvorota, apestando a tabaco barato y hablando sólo.
Cuando se baja, protestas de mi acompañante... ¡Qué asco! Mira que hay italianos guapos, y se tiene que sentar esta especie de vegetal apestoso junto a mi, creía que me moría. ¿Y no está prohibido fumar? -Le señalo que la pipa estaba apagada- pero es lo mismo, olía a tabacazo.... Una carcajada, y la sonrisa permanente todo el día.
Pero claro, uno coge el transporte público más veces... Y ahora les toca a los asiáticos Había a patadas de chinos y japoneses. Turistas, como nosotras. Y como buenos turistas, iban idiotizados,: te pisan, piden disculpas. Te empujan, piden disculpas. Y en el tren, como tienen que mirar la guía de los sitios que van a ver, sin darse cuenta, te tiran encima lo que han comprado porque la bolsa -mala suerte de la persona con prejuicios- revienta. Piden disculpas, amablemente les ofrezco una bolsita que llevo siempre en el bolso para los imprevistos, y fin. ¿No? La persona descubre que los asiáticos, lejos de la imagen de gente educada, son gente normal, y empieza a ver chinos - nombre genérico a partir de ahora- por todas partes. Todos ellos cargados de mala leche y estupidez, que siempre la pisan, golpean y maltratan para su horror.
¿Y qué me dicen de los árabes, más popularmente conocidos como moros? El horror que descubre alguien que lleva seleccionando un montón de pijadas en un chiringuito es terrible cuando ve que el dueño es un moro. Inmediatamente empieza a revisar lo que le cobra, y el colmo es que se equivoque en las vueltas. De nuevo, estas cosas le pasan a la persona racista, porque a los demás se nos olvidan estos errores humanos. Y, según llega al hotel, dice que todo huele a moro, echa colonia en aquello que lo admita, y lo que no lo admite, se queda a la fresca en la ventana del hotel, esperando al final de la cuarentena para poder entrar a formar parte del resto de objetos "tocables".
Y llegamos al punto final de la historia. Último viaje en tranvía, mil y una bolsas de compras. Y de nuevo, gracias a mi habilidad en placar a la gente y aposentar el culo en sitios insospechados, estamos sentadas. Sube y baja gente, y el tranvía queda vacío. Hasta que se sube un porrón de personas, y con las prisas, un italiano torpón -pero este bien vestido, perfumado, y guapo que te cagas, supongo que porque no soy racista- se me cae encima, y como no, una que además de ser una señora está cachas, le ayuda a incorporarse, lo sienta, y le dice en un italiano algo macarrónico que no pasa nada. Que me encanta meter mano a los italianos... Bueno, eso último lo pensé, pero no lo dije. El tipo estaba bastante cachas. Bien. Mi acompañante a punto de estallar de la risa, porque yo había tenido que soportar al torpe de turno finalmente, aunque no era chino, ni negro ni nada. Un rubio del norte, italiano... La duda corroe a mi acompañante. ¿No te habrá robado algo de las bolsas, verdad? Si, creo que me ha mangado las bragas, o tal vez un jersey de cachemira con elastane... Lo único de valor que llevo son unas copitas de coleccionista (y eso, voto a bríos, me costó un ojo de la cara), pero van bien a resguardo en mi bolso, protegido por mi abrigo. Verás como luego al llegar al hotel... Al llegar al hotel, en la calma de la habitación revisamos todo. No faltaba nada, y sólo quedaba en mi abrigo un leve rastro del perfume del rubio, creo que Doce&Gabanna... Una deliciosa impresión en mis sentidos, todavía al alcance de mi olfato.

Como digo, viajar con alguien así es una diversión constante. Todo el mundo es un timador en potencia, y sus miedos le hacen decir tantas paridas por minuto, que no puedes evitar reírte de todo y por todo. Al llegar la noche, sales a fumarte un pitillo (estrenando jersey de cachemira con elastane), y no puedes dejar de pensar que el mundo sin prejuicios sería mucho más justo y normal, pero notablemente aburrido. Siempre hace falta alguien con un toque paranoide para que la realidad prosaica adquiera el aspecto de las doce pruebas de Hércules o del viaje de Jasón y los Argonautas. Cada persona es una nueva prueba de valentía para esta gente, mientras que para tí es un nuevo posible amigo. Cada persona es una maldición, para tí, una aventura. Oyes a un italiano, taxista, reír con sus compañeros por alguna chanza, y realmente te ríes con ellos. La vita é bella.

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