martes, 24 de agosto de 2010

Un catarro me ha dejado fuera de combate casi dos días. He empezado a ser persona hoy a la tarde, cuando he podido reincorporarme a todo con cierta normalidad. Eso si, decir que aunque la dieta se fue al garete durante unas 24 horas, no ha pasado nada.
¿Nunca les ha pasado hacerse buenos propósitos y ver cómo precisamente algo inesperado trastoca todos los buenos planes? Te pones a dieta, y te invitan a una comida de empresa ineludible (o boda). Te planteas dejar de fumar y beber y te invitan a una fiesta en una discoteca. Te planteas cuidarte y darte un masaje anticelulítico todas las noches, y ¡zas! Trabajo nocturno a patadas (sea porque vas a turnos, o porque te lo tienes que llevar a casa)... Parece que hubiera una especie de diablo cósmico medidor de buenas voluntades y voluntades férreas. Me explico: yo hago un ejercicio mental de enmienda personal, que se traduce en una determinación de mejorar algo que va mal. O sea, dejar de fumar, beber, trasnochar, limpiarme los dientes 3 veces al día o simplemente no rascarme en público.
Vale. La decisión está tomada, y la persona es consciente de que es una mejora sustancial en su vida etc. Cuando lleva poco tiempo con el propósito, resulta que le viene encima de forma inesquivable un acontecimiento que va diametralmente en contra de lo que se ha propuesto. O sea, una fiesta nocturna, pierde el cepillo de dientes o no encuentra bote de pasta pequeño para el bolso o simplemente le viene un sarpullido brutal. El caso es que su determinación se encuentra frente a un obstáculo que nunca antes ha tenido que superar.
Y sólo hay dos posibilidades: o cedes a la tentación, y caes en las garras de tu sempiterno pecado y de ese diablillo cósmico que te atrapa porque demuestra que tenías sólo buena voluntad, o sales reforzado del dilema, porque no sucumbes a la tentación (Mmm... y lo que te apetecería tomarte un copazo y fumarte un cigarrillo mientras bailas y miras el reloj para no pasarte de la hora, controlando que la mano derecha no salga disparada a la entrepierna, que justo te está picando un montón). Pero no caes. El diablillo se queda con un palmo de narices y tu a medias exhausto por el esfuerzo, a medias orgulloso.

Esa sensación la he tenido yo estos días con el dichoso catarro. Creo que era la única forma de pararme en tanto cambio que quiero meter, y el diablillo cósmico se ha visto obligado a pararme en seco. Tenía que chafarme el régimen, las ganas de limpiar, las intenciones de controlar el tabaco, y las ideas que se van aclarando. Vamos a ver si un catarro la tumba, y la obliga a abandonar planes de higienización local y mental, y además manda a paseo la dieta de una vez por todas.
Pues no. He controlado lo que hacía, sin pasarme y no pienso ceder ante un contratiempo. Esta vez no. Si cedo, tengo que mandar a paseo la dieta, porque para saltármela hoy, este finde y el que viene, ya la dejo para dentro de 15 días. Si no me pongo a ordenar, ya lo dejo de lado, porque enseguida me tocará ir a currar. Si no me organizo en horarios y cuentas, pues ya lo haré cuando tenga más tiempo...

Así que primera cuestión que todos sabemos pero en la que todos caemos: cuidado con tropezar en la primera piedra del camino. Luego habrá más, claro que si. Pero esa primera piedra es decisiva. Es la que marca la diferencia entre un camino y su ausencia.

1 comentario:

  1. P.D.- Obviamente no he tocado el violín. Tengo entre otros males los oídos taponados. Así que medio sorda, poco puedo hacer. Debería haber tocado, pero como son muchas intenciones, en alguna he pinchado.

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