martes, 9 de agosto de 2011

Traduciendo lo intraducible

Tengo por delante un año muy malo, y como anticipo, este verano (lo que queda) me lo he planteado como si me hubieran cateado todas las asignaturas del cole, y me toca quedarme en casa estudiando. Un plan antisocial, de esos que no me desagrada siempre que me quede un ratillo por ahí suelto para irme a pescar, nadar, bucear, o en el peor de los casos, tomarme una copa en casita oyendo música.
Así vienen dadas, y demás frases hechas, pero aquí estaba yo, estudiando, cuando el teléfono me saca de mis cuestiones lingüisticas (apasionantes, si. No vean qué diversión) para enfrentarme a realidades sociales. Realidades sociales que en lineas generales detesto, y que generalmente enfrento mejor desde la barrera. No me gusta poner a la gente en su sitio, y además, se me da mejor el análisis de la situación. La persona que me llamaba no me sorprende para nada, ya había llamado antes a la hora de comer, pero no había cogido el teléfono porque estaba comiendo y porque sabía que lo que me iba a contar no era un caso de vida o muerte. A mi nadie me llama con casos de vida o muerte ya. Hace tiempo que dejé claro que los detesto, y que realmente no puedo tampoco hacer nada en ellos, salvo dejar morir a la persona implicada.
El caso es que comienza a desgranar la siguiente situación, típica para cualquiera que tenga más de diez años: Persona X ha perdido la chaveta, se ha vuelto un incordio y no sé cómo quitármela de encima. Nos ha pasado a todos, en relaciones sentimentales, de amistad, familiares, laborales... Todos sabemos que la mejor forma de quitarse de encima al plomo de turno es mandarle de la peor manera posible al cuerno; siendo muy cruel además, porque de esa manera la persona podrá enfrentarse a sus peores demonios internos. Cualquier intento de suavizar el mensaje puede significar que la persona no haga acuse de recibo y/o que deje de darnos el coñazo, pero siga dándoselo al prójimo, con el agravante de que nos pondrá verdes cual hoja perejil de primavera subida.
A mi me lo han hecho en relaciones sentimentales, y he aprendido a no dar el coñazo. Y una vez me lo hicieron en relación de amistad. Vale, mensaje captado, agradeceré eternamente al chaval y a la chavala que lo hicieron la molestia de decirme exactamente lo que piensan, y se acabó el tema.
La gracia es que esa situación es exactamente la que he sostenido con la persona que me ha llamado, a la que no he mandado al cuerno por años de amistad, y porque aunque mi paciencia hace tiempo que rebasó todos los límites, también es cierto que no merece la pena decirla nada. Ir dando largas es bastante, que para algo en menos de un mes me mudo de ciudad por estudios. Y apagaré el teléfono, por cuestión de higiene mental mientras estudio y por imperativo en clase. Creo que eso último voy a empezar a hacerlo desde ya.
Le explico la situación: que da igual que le diga a la persona X que no quiere hablar con ella, seguirá llamando. Es lo mismo que le diga que está hasta las pelotas de ella, lo interpretará como que tiene un problema personal que le afecta al juicio y no tiene nada que ver con que sea una plasta. Y poco a poco le voy desgranando cada una de las estrategias implicadas en nuestra relación, desde la de "apago el teléfono", no cogerlo, hasta la de mandarla a paseo. Mi consejo final es que la mande a tomar por el culo de la peor manera posible, cosa que no va a hacer, porque ella es muy educada. Eso no es una ironía, es un hecho.
Y mientras traducía lo intraducible,y le explicaba otras cuestiones anejas al tema, me preguntaba por qué a veces tenemos tantos problemas para leer entre lineas. No el caso concreto este, que me da igual, sino ya aplicándome el cuento a mi misma. Lo fácil que es ver los toros desde la barrera y cómo torearlos, pero cómo cuando nos enfrentamos a las marejadas reales de la vida, nos "hacemos la picha un lío" con nuestras propias emociones, y no sabemos actuar en consecuencia. Y peor aun, muchas veces hacemos interpretaciones peregrinas de la realidad, lo que suele dar lugar a errores gordísimos.
Una hora después he colgado el teléfono, con la sensación de que debería empezar a cobrar por los consejos psicológicos y mis afirmaciones psiquiátricas de baratillo Freudiano (vamos, que leí algo de Freud allá cuando era más joven, no que soy psiquiatra). He retornado a las cuestiones filológicas con parsimonia pero firme en mi decisión, y cuando tenía todo acabado, sigue flotando en el aire la sensación de que pese a todo, las emociones son una forma de esclavitud mental. ¿No acabo de decirle a esta persona que mande al carajo a otra cuando es lo que yo debería hacer y no hago por los mismos motivos que ella alude? Las paradojas sociales son las que más me cabrean, y me libro de un buen rato de autoenfado y bronca personal porque yo tengo el eximente de que me voy de ciudad a estudiar, pero si no, sería como para correrme a boinazos, por imbécil.

3 comentarios:

  1. ¡Uf!
    Te comprendo, pero sé que hay tela marinera...

    Supongo que es que yo ya he empezado a cortar por lo sano para evitar infecciones y tú todavía no te has decidido.

    Hazlo. Te aseguro que no te arrepentirás.

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  2. Sé que no iba a arrepentirme, pero en estos momentos, me voy a mudar de ciudad en menos de 21 días. Ya tengo la amenaza de visitilla para salir juntas de juerga, a la que no doy crédito porque si tengo visita, con decirla que me he vuelto a ver a mis padres, o que estoy de exámenes, tiro millas. 500 km en un año ayudan a distanciar. Sore todo si yo estoy motivada a ello.
    -¿Y cuando vuelvas?-Te estarás preguntando...
    -¿Y quien ha dicho que quiera volver a ese infecto pozo de incultura en donde me he tirado 32 años peleando? No me llama el volver para tener que estar a la greña con la sociedad. Ni me encuentro cómoda (cada vez que salgo me cuesta más volver) ni veo que merezca la pena.
    Así que, partiendo de estas ideas, tampoco voy a molestarme en explicar a esta señora que igual de plasta que es su amiga con ella, ella lo es conmigo (salvando las distancias, porque yo soy bastante hurón y muchas veces la chavala no se da cuenta que no me van los planes excesivamente sociales). Porque en pocos días abandono el barco, tengo que hacer escala en otro sitio, y espero no tener que volver a ese puerto salvo en navidad y por imperativo familiar.

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  3. PD- Eso si, una persona se libra de la mala contestación, pero al próximo pesado que intente arrimárseme, no dudes que corto por lo sano. De hecho ya lo he hecho con algunos. No es que luego la gente diga que soy agradable y simpática, pero desde luego disfruto de una paz mental que sólo se ve perturbada por una persona, y puntualmente. Y eso pocos pueden decirlo.
    Ya lo hago, Leona, pero se agradece el consejo igualmente.

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