martes, 13 de septiembre de 2011

Fumar, ese gran vicio que abre puertas...

Sigo en la universidad, con algunas dudas aclaradas sobre quien soy, donde tengo que ir etc. Al menos para las cuestiones universitarias, claro. Las preguntas metafísicas hace tiempo que dejaron de importarme. No mucho tiempo, pero sí el suficiente como para saber que la respuesta a todas ellas está al final del camino, y que la meta la conocerás cuando llegues a ella.
Estaba sentadorra en la cafetería de la residencia. Efectivamente, espatarrada en una silla de plástico, de espaldas al sol, fumando un pitillo, mientras esperaba una llamada al móvil y organizaba mentalmente el día y mis horarios. Placidez de mañana soleada, con mi cafelito, mientras veía el tótem que indicaba que esto es una universidad, y veía las árboles del recinto. Cuando andaba pensando en el gimnasio y la piscina, una voz joven aparece entre los rayos de sol:
- ¿Podrías darme fuego, por favor? Es que no tengo mechero...
- ¡Si, hombre! Toma, quédate con el mechero.-Le enseño que tengo tres, así que, uno menos no debería ser grave.
La voz era de una chica, con la que he hablado unos minutos, muy simpática. Me ha comentado que para presentarnos se hacen en el césped de la residencia unas reuniones a las once de la noche, que me pase por allí, entre otras muchas cosas. No es que me apetezca meterme a saco en la vida de un estudiante de primero en residencia, pero sí que me gustaría conocer a algunas personas. Más que nada porque todos somos sociales, y pese a que sea un hurón, también yo necesito un poco de compañía. No sólo he venido a estudiar, también he venido a conocer personas, y ver si hay gente parecida a mi por ahí suelta, etc.
Así que agradezco notablemente que el tabaco me abra algunas puertas. Supongo que también me abre la puerta al cáncer, tonta no soy, pero son muchas veces las que, por estar tranquilamente fumando, se me han acercado personas y he podido hacer amistades. Así que, con nueva posibilidad a la vista de abrir el círculo social, ya algo más animada. Ahora no me resulta tan horrible tener que estudiar el euskera de las narices ni el andar paseándome solitaria en busca de las cosas. Seguro que luego a la noche, echaré unas risas. Y si es en el césped, con un cigarrito, como no. En honor a ese vicio sagrado que los indios de norteamérica tanto aprecian.

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